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En el 2014, después de sufrir un grave accidente de tránsito, decidí abandonar la ciudad para irme a vivir al campo. Esta experiencia transformó mi estilo de vida y me enseñó los secretos para encontrar la armonía y la paz interior. Trabajo difícil cuando estamos en constante cambio. La montaña que me eligió fue el Páramo de Chingaza, en las montañas de los Andes en Colombia. Me traslade allí con el fin de construir un espacio donde me fuera posible vivir.

 

 

 

En un principio, habitar este lugar era casi imposible pues la altura y el frío son un reto y adaptarse a estas condiciones tomó su tiempo. Poco a poco fui construyendo en este majestuoso espacio. Inicie con una cabaña de madera, la huerta, el jardín y mis adorados animal-hijos, vivo con dos perros y dos gatos. De esta experiencia de vida surgen mis ideas y mi obra, las cuales están guiadas por la conexión con la naturaleza y la preservación de los ecosistemas naturales.

Comencé viviendo en una cabaña de madera rustica, con estructura de establo y un área de 6 x 2 metros. Vivir acá era todo un desafío. La constante humedad y el clima de paramo lluvioso hacen que el papel siempre este húmedo y que las maderas se pudran. En las noches me invadía un sentimiento de miedo y tenía sensaciones que no me dejaban estar tranquilo. Me sentía acechado, observado y ajeno al espacio. Sentía miedo de la oscuridad, de sentirme ajeno al espacio y obvio de lo desconocido. Me cuestionaba constantemente ¿por qué tienes miedo? ¿acaso un asesino en serie, o sufrir un accidente y no tener a nadie cerca para que lo atienda?

Estas preguntas rondaban mi cabeza de manera inconclusa y penetrante, así que una noche, en horas de la madrugada, tomé la decisión de acercarme a esas voces que sentía en mi interior o de huir y no volver nunca jamás. Caminé aproximadamente una hora por la neblina y el frío del páramo, la montaña y sus ruidos me generaban mucho miedo, pero poco a poco fui descubriendo que las sensaciones no se producían por algo maligno, sino que, al contrario, era algo natural y maravilloso. En ese instante pude ver que el pasto tiene alma, luego vi a los imponentes árboles andinos del páramo bajo y descubrí que ellos también la tienen. Las piedras, la niebla que viene viajando en estado gaseoso desde el mar y todas las vibraciones del páramo, me hacían sentir extraños latidos en mi corazón, pero inmediatamente caí en cuenta que estas presencias no eran otra cosa que criaturas místicas que cuidaban su territorio. En ese momento perdí el miedo y casi que la conciencia, estaba sumergido y era uno con el todo.

Fue así como comprendí la fuerza e importancia que tienen el agua y el aire; pude comprobar que no somos los dueños de la naturaleza sino parte de ella y que respiramos gracias a que ella respira. Entonces, me cuestioné a dónde van estos seres y energías que cuidan nuestros ecosistemas cuando la basura, el fuego, la minería, los monocultivos y otras dinámicas humanas llegan a sus territorios?

Lo anterior despertó una preocupación y una motivación en mi por transmitir esta información y aportar a nuevas alternativas sostenibles que cuiden y conserven el medio ambiente. De ahí nace y se desarrolla este proyecto que busca incluir a la permacultura el lenguaje del arte aportando nuevos significados, compartiendo vivencias y traspasando fronteras.

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